Vivimos en una época de la humanidad en la que tenemos todo, absolutamente todo, al alcance de un solo clic. Es increíblemente sencillo conseguir lo que queremos en un par de días, por lo que la paciencia y la recompensa se han perdido con el paso de los años.
Tal vez deberíamos echar una larga y profunda mirada al pasado y ponernos a pensar. En este artículo de hoy, te ayudamos a echar ese vistazo al pasado… para que comprendas, al igual que yo lo hago, la importancia que tienen las cosas echas artesanalmente.
Antiguamente, todo estaba fabricado a mano… incluso nuestros juguetes
Si tienes menos de veinte años (o incluso treinta, como yo), tal vez no sepas esto… o no has prestado atención a tus padres cuando estaban hablándote de esto. Pero, antiguamente, las cosas no funcionaban como lo hacen hoy día.
Desde que tengo uso de razón, mi padre (más que mi madre) me ha estado hablando, cada vez que ha tenido ocasión, de su camión de juguete. Camión que él mismo se había fabricado con un tetrabrik de leche. O de la muñeca de sus hermanas, todas ellas de trapo y con pelos de lana. Por supuesto, también fabricadas a manos por ellas mismas.
Resulta difícil imaginarnos un pasado en el que tuviésemos que fabricarnos nuestros propios juguetes, ¿verdad? Pero lo cierto es que era así. Antiguamente no existían las mismas facilidades y oportunidades que existen y tenemos hoy día porque, gracias a Dios, el mundo ha evolucionado… y ha evolucionado muchísimo.
No voy a entrar en la polémica actual del trabajo, porque no terminaría nunca… pero sí que voy a entrar en lo difícil que resultaba para cualquier familia ganarse el dinero para poder comprar el pan o los útiles más básicos de una casa.
Si tienes menos de veinticinco o treinta años, te aseguro que no has tenido posibilidad de conocer nuestra antigua moneda: la peseta. Pero si, como yo, creciste hasta cierta edad con ella, te habrás dado cuenta de cómo se ha encarecido todo.
Cuando yo tenía siete años, recuerdo coger muy contenta los cinco duros que me había dado mi padre para bajar al almacén de Pepe, un hombre mayor que en paz descanse, para comprarme cinco gominolas. Vamos a recalcular lo que acabo de decir: con cinco duros (es decir, veinticinco pesetas), yo me compraba cinco gominolas. ¿Sabes que, hoy día, esto es absolutamente imposible? Y esto es así porque veinticinco pesetas de las de mi época son, ahora, quince céntimos. Es decir, con quince céntimos de los de ahora me compraba, o bien cinco gominolas, o bien un paquete de patatas pequeño.
¡Esto ahora es impensable, porque con quince céntimos te compras una chuche! Hablar de esto me hace sentir MUY mayor, ¡y solo tengo treinta años! Si en solo treinta años ha cambiado tanto el valor de una moneda… ¿cómo crees que eran antiguamente las cosas?
Mi padre me ha explicado muchísimas veces que él, cuando tenía ocho años y comenzó a trabajar en el campo, ganaba una peseta la hora. ¡Una verdadera miseria, hoy día! Pero es que, antiguamente, como también él me ha hecho saber muchas veces, con dos reales, que eran las monedas de su época (o sea, cincuenta pesetas de mi época y treinta céntimos de hoy día), ibas al cine y te sobraba dinero. ¡Te sobraba dinero!
Para mí, ir al cine con treinta céntimos es imposible porque la entrada cuesta, en la actualidad y cualquier día de la semana, siete euros (mil doscientas pesetas). Las cosas eran muchísimo más baratas hace unas pocas décadas… pero también se ganaba muchísimo menos dinero trabajando lo mismo… e incluso más. Por lo que ganarse las cosas costaba muchísimo esfuerzo y sacrificio.
Gracias a esto, era impensable comprarse cosas nuevas cuando estas se rompían
¿Te imaginas lo que significaría para un padre que ganase, supongamos, siete duros al día (treinta duros a la semana) tener que comprar juguetes a sus hijos? O, peor aún, ¿te imaginas lo que supondría para ese padre, que trabaja de sol a sol por una miseria, tener que comprar un nuevo armario porque el que tiene ha empezado a agrietarse?
En un pasado donde las posibilidades eran muy limitadas y donde el dinero escaseaba tantísimo (unido, además, al hambre y a la escasez que se generó de la Guerra y la posguerra Civil Española), comprar un juguete era un verdadero lujo. Las familias tuvieron que improvisar y hacerse expertas en muchas cosas para evitar tener que gastar más y más dinero. Lo necesitaban para comer y para pagar la casa.
Añádele, además, que, hace tan solo unas pocas décadas, los trabajos eran realizados a mano, porque las máquinas solo estaban disponibles para empresarios que pudiesen pagárselas. Un pequeño zapatero no tendría una máquina para arreglar los zapatos, los arreglaría él mismo con sus propias manos. Un modista no tendría una máquina de coser, arreglaría la ropa y la haría con sus propias manos a partir de patrones. Un marroquinero haría la bolsa de cuero para ti a mano y con mucha paciencia.
Esto es algo que se ha ido perdiendo con el paso de los años porque, con los años, las máquinas se han abaratado y ahora la mayoría de las empresas pueden disponer de sus máquinas para trabajar. Por lo tanto, lo que antes se hacía con esfuerzo y con mimo, ha pasado a ser un arreglo más para una persona que hace decenas en un día.
Deberíamos valorar más el trabajo hecho a mano
Cuando algo que tenemos se rompe, podemos hacer dos cosas: o bien cambiarlo por uno nuevo… o bien darle una segunda vida. Te invito a que pienses, durante unos segundos, en todo lo que acabas de leer. Si tu vida fuese igual que la de tus abuelos, en aquella época en la que era tan increíblemente difícil conseguir el alimento… ¿qué harías? ¿Comprar uno nuevo, o darle una segunda vida?
Ahora resulta muy sencillo comprar un nuevo armario o un nuevo pantalón. Pero, antiguamente, las cosas tenían mucho más valor que ahora porque sabíamos el esfuerzo que nos costaba conseguirlo. Por lo tanto, cuando un armario dejaba de ser útil porque no tenía mayor arreglo, pasaba a ser una mesa y, posteriormente, leña. Pero, para ese último paso final, pasaban previamente unos cuantos años. Ahora no: ahora, cuando lo quieres, lo tienes. Aunque realmente no te haga falta.
Esto ha hecho que los elementos y los trabajos artesanales pierdan un increíble valor. Sin embargo, tienen más del que te imaginas.
Suponte esto: cuando se te rompe el bolso y necesitas uno nuevo, puedes hacer dos cosas: comprarte uno en unos grandes almacenes… sabiendo, con anterioridad, que es hecho por una máquina en grandes cantidades, o bien ir a la tienda de tu pueblo, donde esa mujer anciana tan adorable tardará una semana… pero te entregará un bolso precioso, hecho a medida y único en el mundo.
Porque las cosas artesanales son únicas
Y es que lo que te haga un marroquinero, por nombrar uno, es único en el mundo. Nadie va a tener ese collar de perro, nadie va a tener esa cazadora… porque ese hombre la ha hecho única y exclusivamente para ti. Esto hace que el amor que guarde en todo su ser será genuino y maravilloso.
Hace tiempo leí un chiste. Un informático iba a arreglar un ordenador… y lo solucionada dándole a un solo botón. Cuando fue a cobrarle cuarenta euros a la persona, esta se quejó. “¿Me cobras cuarenta euros solo por darle a un botón?”. Y el informático le respondió: “No. Te cobro cuarenta euros por saber a qué botón en concreto darle”.
¿Qué quiero decir con esto? Que menospreciamos el trabajo artesanal. Como escritora fantasma, sé, de muy buena mano, el esfuerzo, el tiempo y la creatividad que ha de desbordar una persona para escribir un libro… para luego enterarnos, por desgracia, de que lo han pirateado y te lo puedes descargar. Las cosas artesanales llevan un tremendo esfuerzo detrás, más del que te imaginas, y ya va siendo hora de que reciba el cariño y el aprecio que se merecen.
Cuanto antes, mejor
Desde Alfurnia, nos aconsejan que esto es un comportamiento que se puede reeducar, tanto en la infancia como en la adultez. Nos dicen que, si le regalamos a un niño o a un adulto un trabajo artesanal y le enseñamos el valor que tiene detrás, además de a cuidarlo como se merece, este comportamiento aprendido de una sociedad decadente puede revertirse y volver a lo que de verdad importa: el aprecio por las cosas.
Porque, en el caso contrario, ¿qué nos queda? ¿Qué queda si perdemos el amor de las cosas que nos regalan? Se convierten en simples objetos sin alma, una cosa más para la colección de cosas que ya tenemos… y que, seguramente, casi nunca utilizamos.
El mundo está cambiando, y cambia con una rapidez abismal. De modo que, tal vez, deberíamos de empezar a concienciar a las personas sobre la posibilidad de ofrecerle una segunda vida a los muebles, muñecos y objetos. Si no por el amor, por el planeta. Porque este está cada vez más lleno de residuos y de basura y, cuanta menos le echemos… mucho mejor para la Tierra y para nosotros mismos.